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lunes, 10 de mayo de 2010

UNA MIRADA AL MUNDO (2)

El mundo siempre habla de sí mismo, como tratándose de un ente único y egocéntrico en torno al cual girase la vida. O quizá porque son lo mismo, y desde esa identidad el mundo no es un lugar, sino un estado concreto de la vida: el único que hemos llegado a realizar y conocer, mientras otros mundos permanecen en nuestra intuición o en nuestros sueños.

Hoy me asomo a él con el sentimiento de que ya no habla de sí mismo, sino del mundo que le ha de suceder; como si su identidad se desvaneciera; como si su protagonismo ya no fuese algo propio, sino el heraldo de otra realidad emergente nacida de sus cenizas. Hoy percibo su omnímoda presencia como una suerte de advertencia, como si al mostrar aquello que se desmorona estuviera anunciando la novedad que empieza a nacer. Hoy, contemplo el acontecer de este mundo, presintiendo que tal vez ha comenzado la noche oscura que antecede al amanecer.

No hay temor en este sentimiento que presiente cercano el parto. Quizá porque el dolor posible y aun el riesgo inherentes a él resultan menores frente al gozo de recibir al nacido. Y sí hay, en cambio, una serena esperanza no exenta de curiosidad ante la experiencia del tránsito; del cómo será, porque el qué ya es adivinado.

Vivimos una experiencia de realidad en un mundo y en un planeta, y somos todo ello a la vez: el planeta, el mundo, la experiencia vivida y el experimentador. Unidos indisolublemente porque somos una unidad, y no partes aisladas que conviven. No hay destinos paralelos, diferentes, para lo que es uno. Somos un tren en continuo movimiento que viaja con todo su contenido hacia la próxima estación, que tampoco ha de ser última, en un viaje sin final cuya meta es el propio viaje.

Y el viaje es movimiento. Y el movimiento cambio. Cambio necesario e inevitable escrito con mayúsculas en el guión de la vida; a veces lento, casi inapreciable, como suministrado con calmantes. Otras quirúrgico, drástico y sin anestesia.

Las crónicas anticipadas aluden al tiempo presente en tanto que escenario de cambios profundos que afectan a la raíz, a la estructura del mundo actual en todas sus facetas: economía, política, justicia, religión…,y en las instituciones que las representan. Los poderosos arquetipos que rigen el devenir, los “dioses del cambio”, han entrado en actividad provocando ya situaciones de caos inesperadas y catastróficas, y una sensación generalizada de inestabilidad que es de por sí un aviso. Todo es convocado a una severa revisión tras la cual pocos elementos del paradigma actual podrán prevalecer.

Una nueva generación de hombres ha comenzado ya a nacer en nuestros hogares. Ellos son el recambio, los nuevos gestores del mundo naciente. A nosotros, los que vinimos antes, nos corresponde el gestionar ese cambio, el vivir la noche oscura hasta la llegada de un amanecer que deje en sus manos un mundo renovado, probablemente más equilibrado, más justo y más humano.

Hoy son escritos para nosotros aquellos versos de Walt Whitman: “Piensa que en ti está el futuro y encara la tarea con orgullo y sin miedo”.

Permaneceré despierto, mi lámpara encendida.

martes, 27 de abril de 2010

A VUELTAS CON EL SILENCIO

Poco después de escribir mi comentario titulado La Tebaida Berciana escuché decir a un amigo que “si te molesta el ladrido de los perros allí donde vayas hallarás perros que ladran”. Y recordé a Genadio, aquel anacoreta berciano que ordenó callar a las aguas del arroyo porque su murmullo perturbaba su santa meditación, imponiendo el silencio en el valle; y también a aquel otro monje que, encontrándose en una situación similar a la de Genadio no podía concentrarse en la oración porque el croar de unas ranas procedente de un cercano estanque lo distraía.
Harto ya del insistente croar se asomó a la ventana de su celda y ordenó a las ranas: “¡Callad!”. Y como era un santo, las ranas obedecieron al instante. Satisfecho, el monje decidió seguir con sus oraciones, pero apenas transcurrieron unos segundos, oyó una voz dentro de sí que le decía: “Monje ignorante, ¿qué te hace suponer que a Dios no le complace tanto el croar de las ranas como tus oraciones?”. El monje quedó sorprendido, luego, se alzó, corrió hacia la ventana y, asomándose al estanque donde vivían las ranas grito: “¡Cantad!”. Y todas las ranas comenzaron a croar invadiendo el monasterio con su canto. Dice la leyenda que a partir de ese día el croar de las ranas acompañó al monje en sus oraciones. Y que éstas fueron las más elevadas. Creemos que la perturbación viene de afuera y que el silencio es la ausencia de sonidos, pero no es verdad. El silencio es un estado del alma ausente de perturbaciones. Lo demás, los perros que ladran, el murmullo de las aguas o las ranas que croan perturbándonos, tan sólo son señales en el camino que denuncian nuestra propia perturbación. Nos tropezamos con ella, no porque estuviera allí, sino porque ha llegado con nosotros. Podremos hacer callar a todos los elementos, o nos mudaremos de sitio alejándonos del molesto lugar. Pero allí donde vayamos nos estará esperando “algo” que no puede ser rechazado ni eludido. Todos somos portadores de un “algo” que demanda ser atendido, reconocido, aceptado, amado... Puede ser otra persona, una circunstancia.., O uno mismo.
Ladra el perro del vecino...!

martes, 20 de abril de 2010

UNA MIRADA AL MUNDO

El Worldwatch Institute of Washington es una prestigiosa institución con casi cuatro décadas de historia a sus espaldas que funciona como observatorio mundial. Cada año hace público el resultado de sus analíticas observaciones a modo de diagnóstico de la situación mundial, pronostica el futuro probable de acuerdo con las tendencias observadas y aconseja la adopción de medidas orientadas a hacer de éste un mundo habitable, humanizado y sano.

El informe de este año, elaborado por un colectivo de más de sesenta científicos y expertos incide en un diagnóstico de gravedad frecuentemente denunciado por éste y otros observatorios, cuya tendencia habría superado ya el punto de no retorno tras el cual sólo cabría esperar su inevitable desenlace.

Lo ya sabido e insistentemente denunciado desde diferentes foros alude al modelo que, en rigor, deberíamos llamar de “civilización”, y no sólo “modelo económico”, puesto que involucra a otros factores esenciales de la vida, como la cultura, el desarrollo personal, la salud, las relaciones, la convivencia, el bienestar, la realización como individuo..., la religión. Modelo que, tácita y explícitamente, orienta nuestras vidas y al que seguimos y obedecemos desde la presunción de que así progresamos hacia la felicidad, ignorando o no queriendo reconocer que se asienta sobre una premisa irrealizable y por tanto falsa.

El aludido modelo, ignorando la naturaleza del alma y en descuido de los valores esenciales del ser humano, viene a decir que a mayor consumo mayor bienestar. No lo afirma de manera explícita, pero así lo cree y transmite desde el momento que utiliza como indicador del progreso el denominado PIB (Producto Interior Bruto), que refleja la suma de bienes producidos y consumidos por la sociedad; es decir, la actividad a secas, sin tomar en consideración el grado de bienestar de las personas. El mensaje tácito así lanzado relaciona el consumo con la calidad de vida y convierte el “consumismo” que suscita en la ética del progreso y del bienestar. Desde el punto de vista de un modelo así, basado en el continuo consumo de recursos como garantía de progreso, el objetivo lógico del mismo consistirá en mantener el PIB en crecimiento constante, lo cual resulta inviable en un contexto que es limitado (el planeta) y, por tanto, imposible de mantener en el tiempo.

Esta es la denuncia que se viene repitiendo desde el año 1972, fecha en la que fue publicado el informe del Club de Roma titulado Los límites del crecimiento, puesta una vez más en el punto de mira por el Worldwatch Institute, que insiste en la necesidad de abrir los ojos a la realidad de que no es posible el crecimiento ilimitado en la Tierra, y en la igualmente necesidad de llevar a cabo un cambio de paradigma que reconociendo las negativas repercusiones del actual (lo que algunos llaman enfermedad del consumismo) tanto sobre el propio planeta (ecológicas) como sobre el bienestar de las personas (sociales), valore la calidad de vida y la sostenibilidad por encima del consumo.

La alternativa propuesta por el Worldwatch Institute me hace recordar mi época de estudiante de economía, tiempo en el que descubrí el término económico llamado decrecimiento, inspirado en la rompedora teoría de N. Georgescu-Roegen, que a su vez está basada en el segundo principio de la Termodinámica y la influencia de la entropía en los procesos económicos. El decrecimiento viene a ser la otra cara de la moneda del modelo basado en la producción y el consumo como indicadores del crecimiento y en el PIB, que es su instrumento de medida. Y propone, en cambio, una nueva actitud basada en consumir menos, pero mejor; en dedicar menos tiempo al trabajo y más tiempo a vivir.

Hoy creo que detrás del decrecimiento se oculta un sentimiento profundamente humano a favor de la vida sencilla, donde no gobiernen los deseos que desencadenan la ambición, y sí en cambio la moderación que nos hace solidarios con la necesidad del otro.

Dice el mencionado informe del Worldwatch Institute que hemos superado el punto de no retorno. Pero yo sigo creyendo que la vida es el eterno instante que marca lo que aún es posible. Empecemos hoy.

domingo, 11 de abril de 2010

LA TEBAIDA BERCIANA

Peñalba de Santiago
Anacoreta es un término de origen griego que significa “retirarse”, actitud o disposición que define a la persona que decide aislarse de la comunidad para entregarse a la oración y la penitencia como medio de alcanzar un grado de purificación que posibilite el estado de intimidad o de comunión con Jesucristo, realizando así un explícito gesto de renuncia al mundo que, junto al cuerpo, es percibido como grave impedimento, según una radical interpretación de algunos principios cristianos presentes igualmente en religiones muy anteriores que inspiraron a los llamados renunciantes.

Surgieron en los albores del Cristianismo, en los siglos II y III, y se cree que la mayoría se concentró en Egipto, en el desierto, cerca de la ciudad sagrada de Tebas. El fervoroso movimiento se extendió de tal manera por otros países que en siglo IV los anacoretas se contaban por miles. Algunos habitaban en chozas, otros en cuevas, algunos encaramados en la copa de un árbol, otros sobre una columna, otros se hacían eternos caminantes sin cobijo, otros...Pero todos movidos por la misma aspiración: fundirse en algo más grande que ellos mismos.

A comienzos de los noventa fui guiado por unos amigos a un paraje que fue escenario natural de esa búsqueda y refugio de anacoretas, tiempo después de que los romanos hubiesen extraído el oro de Las Médulas, pero siglos antes de que la Reconquista fuese iniciada. Está situado en la comarca natural del Bierzo (León), a pocos kilómetros de Ponferrada, ciudad a la que los Templarios acudieron siglos más tarde atraídos no se sabe por qué.

Peñalba de Santigo, cantina
En Ponferrada, sobre el medieval y simbólico Puente Boeza, se inicia un camino de apenas 16 o 17 Km que termina en la pedanía denominada Peñalba de Santiago. Final de camino. Y puerta de acceso al Valle del Silencio, corazón del movimiento anacoreta nacido en estas tierras, heredero de aquel otro surgido bajo la protección de Tebas, del que recibe no sólo la inspiración, sino el nombre: Tebaida.

La Historia sitúa en ese escenario al más célebre de los anacoretas, aunque no el primero, llamado Genadio, voluntariamente recluido en una cueva natural que se abre sobre la pared de una imponente montaña de roca calcárea que cierra el valle por el oeste. Y la pequeña historia de los pueblos dice de él que, estando un día en meditación, no podía concentrarse debido al murmullo de las aguas del arroyo que discurre unos metros más abajo de la cueva. Así que el santo Genadio alzó su voz ordenando: “¡Cállate!”. Y el riachuelo calló. Y el silencio se hizo en el valle. Y el valle pasó a llamarse Valle del Silencio.
valle del Silencio
...tal vez los Templarios acudieron allí como a los Santos Lugares, para protegerlo. Y tal vez sea la suya, esa inquietante presencia que se percibe.

jueves, 1 de abril de 2010

EL RESUCITADO

La cristiandad exhibe estos días sus símbolos más preciados proclamando con ello no sólo su fe, sino también su asignatura pendiente. Ciudades y pueblos de cualquier lugar de la Tierra transforman sus calles en escenario, movilizan a sus santos guardados hasta ahora en los templos, y convocan a los fieles a la nueva y repetida representación del drama de la muerte y la resurrección de Jesús que quizá supere el éxito alcanzado en las anteriores celebraciones, sin reparar en que con ello apenas mantenemos vivo el símbolo que él representa, mientras postergamos su asimilación.

Hemos hecho de la Semana Santa una necesidad religiosa en sustitución de la experiencia personal. Hemos sustituido nuestra necesaria desidentificación respecto del ego -que es una “muerte en vida”, o la metanoia, que nos convierte en el “nacido de nuevo” ante quien se abren las puertas del Cielo- por la muerte reiterada de Jesús; y la anunciada resurrección de los muertos, por su resurrección, ignorando que los muertos llamados a la Vida somos nosotros, los que vivimos ajenos a nuestra divinidad creyéndonos separados de Dios, desorientados, perdidos, indignos y culpables. Y que por ser los muertos estamos llamados a resucitar, recuperando la conciencia de lo que somos y nunca hemos dejado de ser.

Los símbolos son eternos. Lo se. Pero su eternidad, manifestada en su permanente influencia sobre el colectivo, también contiene un final: el determinado por cada ser humano que despierta y da vida al símbolo, encarnándolo. Como hizo Jesús. El resto de la humanidad, aún sin saberlo, seguirá alimentándolo con sus ritos, manteniendo vigente la oportunidad a los nuevos llamados a despertar. Así ha sido siempre. Y quizá en cada uno que despierta o resucita exista una pequeña parte de los que siguen aquí, buscando, los cuales se sentirán menos muertos gracias a él.

Sí, hemos hecho de estos días señalados una necesidad religiosa que oculta a una tarea personal pendiente, aunque no del todo. Porque tal vez este año uno de los nuestros haya resucitado al fin. Y seas tú.

martes, 23 de marzo de 2010

EL VALLE ENCANTADO

Valle Encantado - Neuquén - Argentina
Mi vista tropezó con su nombre escrito con letra diminuta sobre un mapa de la provincia de Neuquén, en la Patagonia argentina, y junto a él las palabras “Confluencia” y “El Dedo de Dios” señalando un territorio donde confluían los ríos Limay y Traful, que así daban origen al poderoso Río Negro nacido de su fusión. Y sentí la llamada del lugar. Y fui.
El dedo de Dios - Neuquén - Argentina
Corría el mes de Octubre de 1990, en plena primavera austral, y el encuentro con aquel remoto lugar constituye a día de hoy una de las experiencias que mayor impacto me han causado a lo largo de mi vida. Apenas accedí a él me sentí invadido por una intensa e inexplicable emoción que me hizo llorar como un niño durante horas. No podía entender qué me sucedía. Permanecí dos días en aquel lugar caminando sin rumbo y sintiendo una poderosa atracción, un irracional deseo de quedarme allí indefinidamente, como si de mi sitio en la vida se tratara...

Los meses que siguieron a ese momento estuvieron marcados por la silenciosa presencia del lugar en mi conciencia. Había regresado a España, pero algo mío se quedó allí.

Pasado más de un año, alguien puso en mis manos un libro escrito por un antropólogo chileno que hablaba de la mística de los mapuches, u “hombres de la tierra”, denominación genérica de quienes habitaban en la Patagonia antes de que llegaran los españoles. Y entonces conocí la leyenda de aquel pueblo anunciando que en un tiempo muy remoto el Sol enterró su decimotercer rayo porque la pureza de su energía no podía ser absorbida por los hombres, y que debía permanecer enterrado hasta que estos crecieran en sabiduría y pudieran manejarla. Y que el lugar donde fue enterrado se sitúa al Sur de las tierras del Neuquén..., y se denomina Valle Encantado.

A lo largo de estos años he vuelto al lugar numerosas veces, la mayoría de ellas solo, y alguna con mi hijo Mario o con amigos. Pero siempre con la serena convicción de hallarme en un espacio sagrado; ante una referencia simbólica de la expansión de la conciencia humana y de un tiempo por llegar.

Uno de esos viajes con un grupo de amigos tuvo lugar a finales de 1996. Fue un viaje “sorpresa”, improvisado desde el punto de vista humano, sobre el que me extenderé en otro momento, limitándome ahora a narrar el suceso que tuvo lugar cuando nos hallábamos en el recinto más protegido del Valle, que es Cuyín Manzano.

Estábamos sentados sobre el suelo, a orillas del río Manzano, un estero que nace del deshielo de las cumbres cercanas y vierte sus heladas aguas sobre el Traful tras un breve recorrido. Hablábamos del simbolismo de la leyenda mapuche y de su relación con el mensaje de Jesús contenido en la teshuvah, que es una invitación a “nacer de nuevo” en tanto que condición para acceder al Reino de los Cielos. Y hablábamos del mismo Jesús, de su naturaleza simbólica respecto a lo que cada uno de nosotros es, y de la necesidad de asumir nuestra tarea de realización humana en lugar de seguir proyectándola sobre él. En este sentido, dije que algún día tendríamos que liberar a Jesús de esa proyección que reafirmamos inconscientemente cada vez que rememoramos los episodios claves de su vida y, fundamentalmente, su muerte. Que deberíamos acercarnos a él y desclavarlo, quitarle la corona de espinas, limpiarle las heridas y besar su rostro... Y agradecerle el tiempo que ha permanecido así, esperando nuestro despertar.

Éramos una piña en torno a un sólo sentimiento, en medio de un lugar que evoca un nuevo amanecer. Alguien propuso: “¡Hagámoslo ahora!”. Y lo hicimos. Cerramos los ojos, abrimos el corazón y, desde él, nos acercamos a la cruz y descendimos su cuerpo. Limpiamos sus heridas, lo abrazamos, le dijimos cuánto habíamos comprendido gracias a él y lo que asumíamos llevar a cabo en adelante; le quitamos la corona de espinas y la lanzamos fuera. Y, a él, lo metimos para siempre en nuestro corazón.

Permanecimos un buen rato en silencio, emocionados, inmersos en el sentimiento, conscientes de que el anunciado rayo nacía en nosotros. De pronto, alguien exclamó: “¡Mirad lo que hay aquí!”, mientras se inclinaba hacia el suelo cogiéndola con sus manos: era una corona de espinas real.

Un escalofrío recorrió nuestro cuerpo. Nos abrazamos. Y lloramos.

Instantáneas que recogen la corona de espinas hallada

miércoles, 17 de marzo de 2010

IN MEMORIAN

Hoy quiero convertir este espacio en recuerdo de mi sincera admiración y cariño a dos seres humanos a quienes conocí y que son ejemplo de entrega apasionada a su obra, que también fue su vida:
Félix, el amigo de los animales que despertó en tantos de nosotros el sentimiento del vínculo que nos une a la Tierra y a todo lo que en ella vive; y Miguel Delibes
inmortalizado en cada uno de los personajes a los que dio vida en sus novelas, en cada una de las pisadas dejadas por él sobre la seca piel de nuestra Castilla y en el recuerdo entrañable de conversaciones y de aquella jornada vivida junto a nuestro amigo común, Narciso Yepes, que a buen seguro habrá hecho sonar su guitarra a la llegada de Miguel.

Adiós, Félix. Adiós, Miguel. Yo parto hacia Ayna, en tierras manchegas, donde la mano de la Vida ha trazado un cauce para que discurra por él el río que hace real la metáfora que tan bien entendíais ambos:

el Río Mundo, nacido unas leguas más arriba del vientre de la montaña. Y allí, a su vera, os traeré en mi recuerdo.

martes, 9 de marzo de 2010

ELVIRA

El periódico el Mundo rescata estos días un drama humano que fue noticia en todos los medios de comunicación españoles hace un par de años. Entonces supimos de la existencia de una extraña enfermedad denominada Sensibilidad Química Múltiple (SQM). Y conocimos el drama de Elvira. Y se nos encogió el corazón.

La SQM es una enfermedad crónica, multisistémica e invalidante, generada por la acción de los productos químicos presentes en prácticamente todo cuanto nos rodea: en la fabricación de productos de limpieza e higiene personal, de electrodomésticos, de utensilios, de papel, de tejidos..., y hasta en el aire que respiramos. Entre sus múltiples consecuencias, además de la necesidad de estar conectada al suero intravenoso, la SQM provoca fotofobia, espasmos pulmonares, fibromialgia, y un largo rosario de afecciones que se resumen en la imposibilidad de poder vivir en este mundo, dadas sus condiciones, y en la necesidad de forjarse una suerte de burbuja dentro de la cual sobrevivir, aislada, ausente de la vida protectora, ausente de sol, de viento, de lluvia, de contacto con aquellos que amas, de caricias, de abrazos...

Estoy hablando de Elvira, de 36 años de edad. Y, a través de ella, extiendo mi sentimiento a todos aquéllos que no sienten que este mundo sea un lugar de acogida, ni que exista en él un espacio donde poder vivir su singularidad, donde poder ser. Hablo de todos ellos porque en su experiencia representan el drama del alma encarnada; proceso que el Génesis identifica con el término “caída”, al que hemos de liberar de la carga moral que a menudo le acompaña para así entender que, siendo potencialmente ilimitada, ha de ajustarse al rígido molde del mundo en el que encarna; que conteniendo un infinito poder de renovación, ha de someterse a un sistema donde todo está estructurado y se resiste a cambiar; y que estando hecha para volar, tal vez no encuentre espacio libre donde hacerlo. Eso significa caer. Y ese es el estado natural del ser humano.

Vivir es un ejercicio de adaptación continuo. Y la adaptación, un mecanismo que responde al más básico de los instintos, que es la supervivencia en el mundo. Nada inconveniente, en consecuencia, sino favorable a la evolución. Por tanto, adaptarse garantiza un espacio en la sociedad al tiempo que propicia la convivencia y facilita el éxito social. Pero nada de ello resulta gratuito para el alma, que pagará el elevado precio de la renuncia a su potencial de renovación y de bondad, a cambio de sentirse acogida.

Pese a todo, el olvido de lo que en verdad somos es tan grande, y tan poderosamente atractiva la vida en el samsara, que todos nos afanamos por tener ese espacio en el mundo, haciéndonos inmunes a su contaminante influencia. Y no se trata de un error que deba ser corregido, sino de algo por descubrir. La vida humana es así. Y la vida seguirá, porque el samsara es eterno. Pero siempre habrá seres humanos sin un lugar en el mundo a quienes les duela la vida, convertidos en símbolo, en testimonio viviente de la grandeza nunca manifestada del alma que, aún estando en el mundo, siente que no es de él.

Mi gratitud a Elvira y a cuantos su singularidad no les facilita la estancia en el mundo, porque ellos nos recuerdan que somos de otro lugar.

martes, 2 de marzo de 2010

NO LE PREGUNTO AL HERIDO CÓMO SE SIENTE

Apenas han transcurrido unos pocos días desde aquél que dio pie al comentario publicado en este Blog bajo el titulo “Aquel lejano Sur”, en el que dejé que mi alma volara de nuevo por la Patagonia, saciando así su nostalgia de llanuras infinitas, de volcanes nevados, de araucarias milenarias, de lagos transparentes, de ríos desbocados, de vientos jugando en libertad, de cielos descendidos y de tierra prometida.

Hoy, tras lo acontecido en Chile, me pregunto si acaso mi nostalgia respondía a una silenciosa llamada procedente del alma de aquellas tierras donde están sembrados mis sueños, sensibles ellas, temerosas quizá ante lo que iba a ocurrir..., convocándome. Llamándome, como se llama a los hijos desde el lecho del dolor y la soledad.

Hoy siento esa llamada reflejada en cientos de rostros conocidos, amigos, a quienes he encontrado en cualquier rincón de esa inigualable tierra, desde el Valle del Elqui hasta Palena, en Santiago, en Valparaíso, en Rancagua, en Concepción, en Curicó, en Talca, en Temuco, en Los Lagos, en Frutillar, en Pucón, en Villarrica, en Valdivia, en Osorno...Veo esa llamada en los que me brindaron su apoyo abriéndome las puertas de su país y de sus casas, en los íntimos que acudieron en mis Seminarios en el Hotel Manquehue, en los desconocidos que escucharon mi conferencia en la sede española de la Embajada aquel día en que también tembló la Tierra. Y la veo en los rostros de aquellos niños de Vicuña a quienes asistí a la orilla de un polvoriento camino cuando caminaban en dirección a su colegio, mirándome extrañados y recelosos porque -me dijeron- jamás habían visto a un “español”. Y, ¡quién sabe qué aspecto debía tener dicho personaje en su infantil imaginación!

Acudo a su llamada. En silencio. Con aquellos versos de Walt Whitman en mi corazón: “No le pregunto al herido cómo se siente, yo me siento uno con él”.

Se ha movido la Tierra del fin del mundo, la de todos, y no sabemos qué nos quiere decir con su grito poderoso y el dolor que nos alcanza. Pero quizá un día, cuando las lágrimas de hoy hayan limpiado nuestra mirada, podamos saber lo que la Tierra demanda. Mientras tanto, hoy me declaro chileno y me uno a todos vosotros en el llanto, en la oración y en la esperanza.

martes, 23 de febrero de 2010

SALVEMOS A LOS NIÑOS

Dicen los noticiarios de las pequeñas cosas que un soldado americano ha sido arrestado acusado de torturar a su pequeña hija por no saber recitar bien el abecedario. La niña sufría de pánico al agua, y el padre, que conocía su dolencia, aprovechó la debilidad de la pequeña para que el tormento fuese del todo eficaz: le sumergió la cabecita en un cubo, reteniéndola mientras la niña pudo aguantar la respiración.

Al leer la noticia he sentido que mi respiración también se cortaba. Luego, pasado un tiempo, he recordado la historia de aquel mercader que todos los días rezaba al Señor. En una ocasión tuvo que partir en viaje de negocios, debiendo ausentarse de su domicilio durante varios días. Cuando tras una larga jornada llegó a su destino se dispuso a orar, pero cuál sería su sorpresa al comprobar que había olvidado su libro de oraciones en casa. Y como el mercader era un fiel devoto, lamentó profundamente tamaño descuido, reprochándose tan gran torpeza y temiendo ser castigado por su pecado.

Lloró desconsoladamente durante horas, hasta que por fin recuperó la calma. Entonces, sosegado, tuvo una idea. Tomó un papel y escribió en él todo el abecedario y, cuando hubo terminado, se dirigió a Dios diciéndole: “Señor, soy un torpe mercader que ha olvidado su libro de oraciones, y sin él no sé qué decirte. Así que te ofrezco todas las letras del abecedario y, Tú, que lees en mi corazón, compón con ellas la oración que más te plazca”.

Dice la historia que aquélla fue, de todas las oraciones elevadas por el mercader, la que más complació al Señor.

La noticia de otro adulto maltratador no es nueva, ni será la última, en esta sociedad ignorante donde prevalecen los derechos del adulto frente a los del niño, tan a menudo abusado, maltratado, desatendido..., prolongándose dolorosamente un drama en el que, no uno sino ambos, resultan dañados. Sí, creo en que somos la manifestación de Dios en la tierra y que somos portadores de un infinito potencial de renovación, de creatividad y de bondad. Pero creo también que nos ha cegado la ignorancia y, por ello, a diferencia del Dios ligado al mercader, los hombres somos capaces de responder con severidad y disciplina ante la debilidad y la inocencia del otro, ignorando que también es la nuestra.

Detrás de toda situación de niño maltratado se oculta una disposición del alma humana, una tendencia a hacerse “soldado” que defiende y preserva el orden establecido, una resistencia al cambio que nos impone la adaptación a lo viejo y frena el impulso renovador que traemos al nacer. Por ello, detrás de cada niño no respetado, ni atendido, ni amado, estamos todos. El que recibe el daño y el que lo inflinge, pues en ambos casos es nuestro potencial de bondad, de creatividad y de renovación lo dañado. Y, con ello, la esperanza que alimenta nuestro sueño de un mundo mejor.

Cada niño que nace es el renovado intento de la vida por hacer real al Hombre perfecto, al Hombre divino que subyace en algún rincón del alma, esperando...

Sí, en nosotros vive un amenazante “soldado”, pero también vive un “mercader” abierto a lo nuevo, confiado en que con las letras se componen palabras y que son éstas, fruto del ordenamiento de aquéllas, las que dan significado a nuestros sentimientos. Respeto, pues, el orden alfabético de las letras, pero apuesto por la niña de esta noticia jugando a ordenarlas de otra manera y así crear con ellas una hermosa oración o un bello sentimiento. Para ofrecérselo a alguien.

Salvemos a los niños. O pongámonos a llorar.

martes, 16 de febrero de 2010

EL GATITO DESHAUCIADO

Hacía poco que nos habíamos mudado a la nueva casa, situada en el lindero de la población con el campo. A espaldas, la urbe. Enfrente, una pradera silvestre y un extenso pinar por donde saltaban las liebres al paso del caminante. Una mañana apareció una caja con cuatro gatitos a la puerta de nuestra casa. Alguien los había dejado allí. Tendrían poco más de un mes y aún no abrían del todo los ojos. Eran iguales dos a dos: dos eran completamente pardos y los otros dos, pintados. Todos eran hembras.

Repartimos el lote con unos amigos que también eran vecinos, y todos nos sentimos felices con aquel inesperado regalo de bienvenida. Llegamos a tener treinta y cuatro gatos a la vez. Y mi amigo otros tantos. (Creo que nunca se ha dado una concentración de gatos por metro cuadrado tan elevada como la que favorecimos entre los dos). Competíamos alegremente en número y en belleza, pero reconozco que los mejores ejemplares los aportó él. Con frecuencia asistíamos a su nacimiento y, en menos ocasiones, también a su muerte, porque los gatos gustan de morir en soledad. Se alejan de ti, buscan un lugar adecuado, y no los vuelves a ver. Los gatos de mi amigo venían a morir a nuestro jardín, pero nunca supimos dónde lo hacían los nuestros.

Un día, una gata pinta llamada “Miche” dio a luz una camada de cuatro. A uno de ellos lo sacó fuera de su regazo apenas nació, enroscándose con los otros tres pegados a su vientre mientras el primero, separado unos pocos pero fatídicos centímetros de la madre, emitía un débil maullido y tiritaba, no sé si a causa del frío o del abandono...Intentamos subsanar el “descuido” materno poniéndole el gatito a mamar. Una vez, dos veces..., diez veces. Pero el instinto de la madre era más fuerte -y más sabio- que nuestro deseo, y no conseguimos que lo aceptara.

No nos dimos por vencidos, pese a todo, y decidimos asumir el rol de madre, alimentando y protegiendo al gatito casi tan solícitamente como “Miche” lo hacía con sus otros hijos. El gatito sobrevivió, pero no llegó a ser un cachorro normal ni sano. Su raquitismo era tan llamativo que nos causaba dolor. Para entonces ya habíamos asumido que el pequeño animal no estaba llamado a corretear por el jardín con sus hermanos, ni a acechar a los pájaros, ni a encaramarse al olivo centenario..., ni a vivir. Y que su madre así lo percibió en el mismo instante de nacer, dándolo por perdido conforme a un desarrollado instinto natural que no incluye la protección del débil.

Cuando aún no había alcanzado la edad de dos meses se le formó un tumor en el ojo derecho que en pocos días se hizo del tamaño de una canica blanquecina, sobresaliéndole exageradamente. El aspecto del gatito era desolador. Daniel, mi hijo menor, tenía entonces cuatro años de edad, y aquel débil cachorro era su favorito. Lo tomaba entre sus manos y lo acariciaba suavemente, como temiendo hacerle daño. Una tarde, mientras lo sostenía sobre sus piernas, me acerqué a él y comenté: “¡Dios mío, cómo se le ha puesto el ojo!”. Y Daniel, acercándomelo, contestó: “Sí, ¡pero mira que bonito es el otro ojo, papá!”. Y recordé a Jesús y su advertencia: “Si no os hacéis como niños...” Y supe que el Reino de los Cielos también está relacionado con la manera de ver.

miércoles, 10 de febrero de 2010

AQUEL LEJANO SUR

Hoy me he despertado nostálgico. Como con una feliz resaca de aromas extrañados, de cielos cargados de estrellas que parecen haber descendido para dejarse tocar, de ríos desbocados, de volcanes coronados de nieve y de vientos poderosos para los que no hay fronteras. Hoy me he levantado con el alma asida a la Patagonia. Tenía que suceder. Aún sin existir un motivo para la evocación, pues una parte de mí vive en ella; se quedó para siempre en aquellas tierras desmesuradas, donde el silencio y la soledad se tornan presencia. Pero, no obstante, el motivo se presentó anoche en forma de película que narra la pequeña historia de un hombre bueno que trata de sobrevivir haciendo mangos de cuchillo... “¿Mangos de cuchillo?”, se asombraban los demás.”¡Son de artesanía, son hechos a mano, señor”! se defendía sin éxito aquél hombre entrado en años, avergonzado, sin empleo ni medios de subsistencia. Un día, en pago a un servicio le regalaron un perro, un dogo de pura raza, y con el perro un problema añadido a su precaria situación, puesto que no lo podía alimentar. Pero el hombre de los mangos de cuchillo aceptó llevarse al perro con él..., y, a partir de ese momento, el manso animal cambió la vida de su dueño abriéndole una puerta a la esperanza que nunca tuvo. “¿A qué se dedica, señor?” Le preguntaban luego. “¡Soy criador de perros muy buenos!” Respondía él con orgullo. “¿Y tiene muchos?”, insistían. “Bueno, de momento sólo tengo éste. Pero ya estoy empezando...”. Respondía con una sonrisa, asomándose desde el mundo de la esperanza donde había recuperado la dignidad. Me sentí de nuevo viajero por aquellas tierras de El Chubut, escenario natural donde se desarrolla la película, y de uno de los numerosos viajes que he realizado por la Patagonia argentina y chilena siguiendo la estela de un hermoso sueño. En aquella ocasión mi sueño me condujo hasta Palena, junto al archipiélago de Chiloé, en la X Región chilena. Inicié el viaje en Valdivia (Chile), pasando al lado argentino por Villa la Angostura y siguiendo todo el recorrido por las provincias de Rio Negro y más tarde El Chubut, para entrar de nuevo en tierras chilenas por el paso de Futaleufú, en un recorrido de cientos de kilómetros de llanura sin fin azotada por el viento, a lo largo de los cuales apenas me crucé con media docena de vehículos, y menos aún de lugares habitados. Jamás he percibido la inmensidad que te hace sentir solo y pequeño como entonces. Es la Patagonia. Llegué a Palena y comprobé que allí se terminaban los caminos. Yo viajaba en un pequeño coche que alquilé en Valdivia. Era un Peugeot 204 que entonces se promocionaba bajo el lema: “Contigo al fin del mundo”. Y supe que debía regresar.

martes, 2 de febrero de 2010

LA NOCHE DE LAS CANDELAS

Han transcurrido ya cuarenta días desde la Navidad, y en el alma se remueve el más profundo y genuino de sus anhelos, asociado desde la antigüedad al devenir del Sol. Nuestros antepasados vieron en el Sol una fuente de vida que daba forma a su intuición de que en el ser humano habita un poder espiritual eternamente viviente, que es el fundamento de todo lo manifestado. Y el astro Sol, fuente de luz y calor, pasó a ser el símbolo visible de aquel poder implícito, de manera que el devenir de la poderosa luminaria se convirtió en el anuncio de la actividad del espíritu invisible que daba vida al Hombre. El nacimiento del Sol celebrado en el Solsticio invernal constituía en su mentalidad una señal de la venida de dicho poder a la vida humana, de su nacimiento. Y el hecho en sí era percibido como algo tan colosal, que en su imaginación tomó la forma del nacimiento de un “niño” especial, concebido y nacido de manera singular, e investido de un poder sobrehumano al que denominaron Niño-Dios. En esa larga lista de niños divinos nacidos en el Solsticio invernal figura Jesús, referente más familiar y cercano de una tradición que dio vida a un símbolo eterno asociado a un acontecimiento cósmico, universal, que por repetirse año tras año mantiene viva la oportunidad de hacerlo real en nosotros. Pero en la mentalidad de nuestros antepasados, ese Niño-Dios, que nace como el Sol en el seno de la oscuridad de la noche más larga del año, es débil, indefenso y está amenazado por las tinieblas. Por tanto, el recién nacido necesita protección y ayuda hasta que pueda valerse por sí mismo, en un proceso no exento de peligros que culminará felizmente en el Solsticio de verano con el triunfo del Sol, después de haber superado el todavía incierto pero esperanzador equinoccio primaveral, en el que las fuerzas de la luz y de la oscuridad se equilibran dando lugar al mismo número de horas de día que de noche. Superado este momento crucial, el Sol, y junto a él el Niño-Dios, progresará imponiéndose definitivamente a la oscuridad en el mencionado Solsticio, cuando la noche es la más corta del año, y el día el más largo. Sensibles a esta simbólica necesidad de ayuda y de protección, la humanidad de entonces encendía hogueras en las noches de los primeros días del mes de febrero, punto intermedio entre el nacimiento celebrado en el Solsticio invernal, que es el momento de máxima debilidad, y el equinoccio de primavera, tras el cual el Sol comenzará a superar con firmeza a las horas de oscuridad. El triunfo está anunciado, sí, pero en esos días intermedios en los que reina todavía la incertidumbre, nuestros antepasados iluminaban las oscuras noches en un gesto simbólico que fortalece a la luz. Con el tiempo, aquella lejana costumbre fue incorporada al Cristianismo haciéndola coincidir con una fecha igualmente simbólica, que es el día de hoy: 2 de Febrero, día en que se conmemora la purificación de María, tenida lugar a los 40 días de dar a luz según prescribe el Levítico, y la presentación de Jesús en el templo. Pero que conserva su espíritu relacionado con la Luz, ahora asociado a una virgen, la Virgen de la Candelaria; de las candelas o luces. Vaya pues mi apoyo, mi solidaridad y mi acompañamiento, a todos aquellos pueblos que hoy celebran esta festividad; a todas las personas que lo llevan en su nombre, y a todos los que hoy enciendan su vela en homenaje a quienes lo hicieron primero, y como signo de afirmación personal.

martes, 26 de enero de 2010

A PROPÓSITO DE HAITÍ

La catástrofe humana vivida en Haití ha sido de tal magnitud que, durante unos días, el mundo ha parecido detenerse, sobrecogido y conmocionado ante la inmensa desolación. A la tragedia le ha seguido una respuesta solidaria nunca antes vista y un despliegue de medios que ha superado la capacidad de absorción del propio damnificado, dañado ya por la pobreza –de medios, de oportunidades, de justicia...- mucho antes de que el terremoto mostrase al mundo su inmensa necesidad.

Haití ha sido fuente de noticias minuto a minuto, todas parecidas, pero todas dramáticas también; porque mil muertes contadas una a una no es una repetición, sino mil tragedias. Pero entre ellas, sin fondo de ruinas a sus espaldas, un reportero hizo referencia a un suceso que no ha tenido repercusión mediática, tal vez porque se consideró un suceso menor en medio de tanta desolación. La noticia daba cuenta de lo ocurrido a dos hombres procedentes de la vecina República Dominicana, quienes cargaron sus respectivas camionetas con alimentos, ropas y medicinas y se adentraron en tierras haitianas con su cargamento de solidaridad en ayuda a sus vecinos. Ignoraban, seguramente, que además de alimentos era aconsejable llevar protección militar ¿Quién podía imaginarlo, cuando lo que te mueve es el deseo de socorrer al herido?

Recibieron dos disparos en el pecho cada uno, no se sabe si procedentes de delincuentes organizados en busca de un botín, o nacidos de la desesperación de quienes lo han perdido todo. Qué más da. El hecho es el mismo y nos lleva a la reflexión acerca de este mundo que llamamos humano, en el que hacer el bien o intentarlo no te garantiza la inmunidad frente al dañino, ni te aísla del dolor, ni de la injusticia. El mundo es samsara, advierte acertadamente el Budismo. Y la vida en el samsara se nos muestra así, misteriosa, desconcertante, contradictoria, impredecible, maravillosa, terrible...Pero en medio de tanta complejidad estamos llamados a ser algo más que supervivientes.